
Mientras el día se arruga intermitente, y la sangre se agolpa en la urgencia del recuerdo, yo te espero. Aquí, sintiendo el rumor bohemio de tu voz en mi memoria. Sintiendo tus caricias de estaño en mi horizonte: indeleble camino de lluvia o follaje remoto de ausencia y grito.
Cierro los ojos, y en segundos me traslado a las orillas taciturnas de manos sigilosas: esporas que enajenan y se vuelven vicio o frugal universo alado, que tiñe estrellas de hierba, en tu hilo de acordeón o cintura.
Mientras el tiempo llueve sus horas de piedra, intuyo que ya no hay lugar, ni guiño de luz, ni árbol de agua, ni sílaba que vuela, no existe nada en la sombra primitiva de tu ausencia.
Solamente el ajenjo célibe de un adiós...
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