Eras de risa fácil y también
llorabas fácilmente.
No tenías pudor con esas cosas.
Cada día era una peripecia que tu piel
sabía celebrar.
Ser para ser.
Vivir para vivir. Muerte dormida.
Odié como una boba consentida
tu afición a las flores de papel
y a otras formas teóricas de engaño.
Negabas tu intención de hacerme daño.
Hay que negarlo todo.
Me abrumaba
tu terca propensión a los extraños,
tu más que inexorable entrar en años,
tu forma de mirarme.
Casi nada.
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